Saltar al contenido

CAP51 – Iglesias de Chiloé

    El archipiélago de Chiloé se emplaza en el Océano Pacífico, al Sur de Chile, entre el Canal de Chacao y el Golfo del Corcovado. Su centro lo constituye la Isla Grande de Chiloé, hacia el Este de la cual se ubican decenas de islas menores.

    Habitado hace siglos por huilliches y chonos, el territorio chilote, fue colonizado tempranamente por españoles que se asentaron en el lugar desde mediados del siglo XVI. En esa época llegaron los primeros religiosos -franciscanos y mercedarios- que se abocaron a la tarea de evangelizar a la población indígena. Sin embargo, fueron los jesuitas, llegados en 1608, quienes organizaron el sistema de evangelización que tuvo un sello característico debido a las particularidades del territorio chilote: su excepcional aislamiento, la dispersión de la población indígena, la comunicación natural por mar y su gran riqueza maderera.

    Los jesuitas aplicaron en la zona el sistema de misión circulante. Este consistía en grupos de religiosos que hacían recorridos anuales por el archipiélago, permaneciendo durante un par de días en determinados puntos, el resto del año, un laico especialmente preparado atendía espiritualmente a los lugareños. Esas visitas dieron origen a las primeras capillas, edificadas conjuntamente entre los misioneros y la comunidad de fieles, que aportaban su trabajo o materiales de construcción.

    Las iglesias reconocidas por la UNESCO son Achao, Quinchao, Castro, Rilán, Nercón, Aldachildo, Ichuac, Detif, Vilupulli, Chonchi, Tenaún, Colo, San Juan, Dalcahue, Chellín y Caguach.

    Las habilidades de la gente de Chiloé como constructores lograron su máxima expresión en estas iglesias de madera, donde los agricultores, pescadores y marineros exhibieron una gran experiencia en el manejo del material más abundante en este entorno, la madera.

    Los Criterios de Valor Universal Excepcional por los cuales estas iglesias forman parte de los sitios patrimoniales reconocidos por la unesco se relacionan con su carácter excepcional en cuanto a la exitosa fusión entre las tradiciones culturales europeas e indígenas, que produjeron una forma única de arquitectura en madera

    Por otro lado, también es crucial la cultura mestiza resultante de las actividades misioneras de los jesuitas en los siglos XVII y XVIII. Esta ha sobrevivido intacta en el archipiélago de Chiloé y logra su más alta expresión en las excepcionales iglesias de madera.

    Los atributos esenciales de estos templos son precisamente su materialidad: la madera -en gran diversidad de tipos-, los sistemas constructivos y la pericia aplicada del carpintero chilote. Al diseño arquitectónico de torres fachada, planta basilical y bóveda, se une también como componente esencial la decoración interior, el color y la imaginería religiosa, particularmente la tradicional de raigambre colonial.

    La orientación y el emplazamiento son también atributos eminentes, junto con el entorno paisajístico. Las iglesias fueron erigidas en función del mar, dispuestas en colinas con el objetivo de que fueran vistas por los navegantes, y para evitar las inundaciones. Las explanadas son componentes de gran valor pues materializan la comunicación con el mar, son escenario de las fiestas religiosas y evocan -incluso las que se han transformado en plazas formales- la llegada de los misioneros durante la misión circular.

    La relación de las comunidades con los templos es un atributo inmaterial de gran relevancia, aporta a los templos buena parte de su significado a través de las prácticas devocionales y comunitarias como fiestas religiosas y actividades colectivas solidarias como la minga.