El día 30 de marzo de 1954 un periódico chileno dio a conocer un descubrimiento arqueológico de relevancia mundial. Se trataba del cuerpo congelado de un niño de 8 o 9 años de edad, sacrificado por los incas en la cumbre de una de las montañas más altas de la Cordillera de los Andes, frente a la ciudad de Santiago.
Desde fines del siglo pasado se sabía de la existencia de restos de construcciones en la ruta que ascendía a la cima de este cerro. Andinistas, arrieros y buscadores de minas encontraron vestigios de la presencia incaica en el Cerro El Plomo, que condujeron finalmente, en 1954, al descubrimiento de este Santuario y del cuerpo que albergaba. El hallazgo maravilló a los profesionales de la época. El cuerpo congelado del niño mantenía sus huellas digitales; tenía su cuerpo y ajuar intacto y estaba ricamente ataviado.
El santuario de altura del Cerro El Plomo es resultado del culto a las montañas, elemento fundamental de la cosmovisión inca, que está fuertemente asociado al culto a la fertilidad. Luego de la conquista cuzqueña de los valles de los ríos Mapocho y Maipo (siglo XV), el Cerro El Plomo, fue elegido para instalar en él el santuario probablemente principal del complejo sagrado más austral del imperio inca. Esta elección se debió a la gran altura (5.430 metros) y tamaño del cerro, a sus enormes glaciares, a su visibilidad desde gran distancia, y desde otros lugares aptos para instalar santuarios sufragáneos. Por otra parte, su ubicación lo relaciona en forma directa con el solsticio de invierno, y en su base nace el vital río Mapocho. Es probable que el cerro haya tenido connotación sagrada para los habitantes del valle, antes de la dominación incaica.
El complejo ceremonial del Cerro El Plomo parece haber sido el principal santuario de un sistema que incluía varios lugares sagrados, de diferente jerarquía. Fue establecido para realizar la principal ceremonia del culto estatal del Imperio Inca -o Tawantinsuyu- al dios Sol -Inti-. Como se sabe, los incas aceptaron e incorporaron al acervo religioso las deidades y creencias particulares de los pueblos que caían bajo su órbita de dominación, pero siempre ubicando al culto solar estatal por encima de los demás. El ritual más solemne de este culto se realizaba ante ciertas contingencias tales como guerras, muertes o enfermedades de los gobernantes, o bien para momentos especiales del año como los solsticios. Se trata del Capac cocha, que consistía en el sacrificio de hombres o mujeres de edad juvenil. Con este objeto se hicieron las construcciones de piedra en la cumbre del imponente macizo cordillerano, de igual modo que otros «santuarios de altura» a lo largo de los Andes
Además de otras construcciones en cotas más bajas, que parecen corresponder a restos de campamentos levantados para el ascenso a la cumbre, el santuario se compone de una plataforma llamada «Adoratorio», ubicada a 5.200 metros sobre el nivel del mar. Unos 200 metros más arriba, hay tres recintos rectangulares conocidos como «Enterratorio», pues en uno de ellos se encontró al niño sacrificado.
El niño está vestido con finas telas de vicuña y alpaca, correspondientes a una túnica corta -unku- de color negro con trozos de piel y flecos de lana, y una manta gris -yacolla- con listas rojas y azul-verdosas. Calza mocasines de cuero -hisscu- bordados en la orilla, y lleva brazaletes de cobre en las manos. Se le hicieron más de 200 trenzas en su largo pelo, sobre las cuales se colocó un cintillo de color negro -llautu-, del cual colgaban varios hilos de lana también negra, que en algún momento tapaban la cara del niño, dejando ver sólo un adorno de plata como dos medialunas sobre la frente y un tocado de plumas -mascaipacha-. Para el viaje al lugar del sacrificio se le pintó la cara con pigmentos rojos y amarillos. Se le entregaron bolsas, una de lana y otra de plumas -chuspa-, para llevar hojas de coca; llevaba también otras de cuero que contenían lanas rojas, trozos de uña y cortes de pelo, provenientes de los ritos de pasaje de una edad a otra, de acuerdo a las costumbres andinas. Su ajuar incluía además dos figuritas de camélidos; una de oro y plata, y otra de una concha traída del trópico -mullu-.
El niño fue conducido al lugar del santuario en una solemne procesión, que duró varios días, en la que han de haber participado los máximos sacerdotes de la región y probablemente representantes de El Cuzco. A medida que se avanzaba, han de haberse sucedido diversos rituales preparatorios del sacrificio. En un lugar muy próximo a la cima, el niño fue alhajado y preparado síquicamente; debió ser embriagado con bebidas alcohólicas y drogas. Luego de ritos, plegarias y cánticos, se realizó el tramo final de la ascensión, colocándose al niño en una excavación hecha en el gélido piso de una de las pircas, que luego fue cubierto con lajas. Cercano a él, fue enterrada una estatuilla femenina hecha en plata y vestida con una larga falda, amarrada con una faja a la cintura, con una manta en la espalda, un gran tocado de plumas de aves selváticas en la cabeza, y con adornos y bolsas a la manera del muchacho.